jueves, 6 de enero de 2011

IRLANDA - Al final del Arco Iris



CÓMO MEDITAR SORTEANDO ALAMBRADAS
Esta mañana nos trasladamos de noche aún a la zona en la que cambiaremos de caza, Becadillas. La tos con la que me he despertado apunta a que mi dolor de pecho es bronquitis pero, afortunadamente, sigo sin fiebre.
El amanecer me sorprende mirando a mi alrededor y escuchando a los que me acompañan, entonces caigo en la cuenta de que mientras la distintas circunstancias de la vida te permiten coincidir con los demás en cuanto a gustos, caracteres, intereses o atracciones, el hecho de que dos almas se encuentren resulta extraordinario.
El terreno de esta jornada se reduce a extensiones de fango y juncos, bien secos, bien frescos, que nos llegan por la cintura. Los campos están delimitados por alambras o protectores eléctricos bastante complicados. Entre unos y otros, zanjas anegadas por las que has de deslizarte como si de un tobogán se tratara para bajarlas y luego engancharte como puedes a las matas del otro borde para subirlas. Mi única preocupación es proteger la cámara entre mi pecho y el impermeable. La óptica me esta dando problemas y no quiero acabar de fastidiarla. Pero, después de ingeniármelas de un modo surrealista para sobrepasar cada una de ellas acabo lanzándome de bruces al suelo, girar sobre mi misma y pasar por debajo, digo yo que si el guía lo resuelve así, por qué empeñarme en moverme aquí como si estuviera de excursión. Sigo mi instinto, imito y, eureka, funciona. Acabo embarrada hasta les cejas, me gano la sonrisa del irlandés y la cámara, milagrosamentes sigue a salvo.
Entre tanto, mi cabeza sigue dando vueltas a la cuestión de los encuentros y desencuentros. Resulta casi inversosimil el que dos almas se miren y se reconozcan, quizás por eso o adémás de eso, la mayoría de nosotros no estamos preparados para enfrentarnos a un momento así. Es como tocar el universo con la punta de los dedos y comprender que ese universo eres tú mismo.
Sin embargo, cuando la mente siente el peligro al que la somete el alma liberada tiende a esconderla y huye de un momento, quizás, irrepetible.
Por mi parte, empeño gran parte de mi tiempo en convivir con las dos, mi mente y mi alma, pero cómo cuesta. Por cierto, a esta última hoy la tengo a cobijo, aquí hace mal tiempo y no quiero que se enfríe.
(Irlanda, 05/01/2011)

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