lunes, 26 de noviembre de 2012

CUENTOS - Luces y Sombras II





De azoteas, y de trancos


 



“Gatos, puertas, escaleras,
golondrinas, campanas, nubes y juegos.
Latas llenas de cromos, cofres con bailarinas,
Pan con chocolate, espadas de cartón y juegos de piratas (…)"

Siempre he sido de azoteas. He crecido en casas es las que podía escaparme arriba durante horas. Una manera de seguir allí y, a la vez, no estar. De creer en la existencia de un lugar en el que yo dibujaba el mundo porque desde lo alto, las calles, las nubes y los juegos se ven de otra manera. En verano, cometas como linternas, esterillas sobre el ladrillo, helados de leche y fuegos artificiales. En otoño, apoyadas las espaldas en el pretil naranja, caritas que apuran los atardeceres con los ojos cerrados y sueñan.

Diez años, un mundo de azoteas ante mis ojos y las piernas arañadas de cabalgar muros. Entonces, solo oía las voces del otro lado y saltaba de puntillas para aferrarme a la tapia, superarla y ver más allá. Manos, brazos y vientre magullados pero  ahí estaban, otras voces y otros juegos. En primavera, geranios, jazmines y más gatos y en invierno, olor a frío y a luna llena.

Diez años y una habitación en una azotea solo para nosotras; juguetes, tebeos, tareas, meriendas y los silencios tratando de entender el ulular de las lechuzas. Princesas escondidas en un recóndito lugar custodiado a un lado, por una fortaleza sacra, semejante a un barco de piedra, un barco sin quilla, perenne. Al otro, los desvencijados muros de una alcazaba coronando el puerto.

Una inventa palabras y peina la cal con versos, mientras la otra descorre telones de algodón y baila sobre mis verbos. Diez años y unas manos flamencas caracoleando de tu pelo al mío, vuelos de faldas, descorche de pies y en nuestros dedos chasquidos de fandango del zaguán a la despensa.



“(…) Otoño, antenas, suspiros y cuerdas,
Mis carboncillos y tus canciones,
Letras, vinilos, flequillos y besos.
Tus ojos, los míos,
Mis sueños, los tuyos.
Un baile, abrazos,
El puerto, tus manos, mis miedos (…)”


Las azoteas deben ir de la mano de los trancos. Abajo ellos, tras ellos, ella. Para subir hay que franquear puertas, sortear vigilancias y ascender escaleras. Catorce años y una azotea más grande y más pequeña. Muros gruesos, patios de luces y un gallinero vacío y limpio. Pero las tapias no ofrecen un campo abierto de suelos rojos. No veo la nave de piedra aunque escucho el repicar de sus velas taciturnas, mientras intento dibujar el recuerdo de los muros que  coronaban el puerto.

Abajo es oscuro, hace frío, la humedad se ha adueñado de las paredes y las mujeres deambulan enlutadas por un pasillo sin nombre. Por eso subo, escapo del helor de huesos al frío de las nubes.

Y la niña se pasea entre pájaros, dibuja y calla. Ahora su tapia es la alta, del otro lado, voces y música. Bosques de antenas impiden que vea el mar. Le faltan sus juegos,  callaron los fandangos ateridos por la sombra y sus gritos. Le faltan los dedos que cantan y los rizos que vuelan. Catorce años y el miedo. Catorce años y la certeza de no saberse en su sitio.

Invéntate historias, niña. Escóndete en el gallinero y lee en las ventanas. Búscate un abrigo, viértete en sus ojos y mira dentro, que estas tapias son gruesas y asfixian, niña. Y las manos buscan, y los brazos visten, y la sombra grita. Invéntate historias, niña.

En los trancos se puede esconder la luz. Entorchaste mis sueños en cuatro cuerdas y te prendiste en mi pelo como una peineta de nácar. Y la niña escucha el mar en ella y busca tus ojos. La sombra hiere y las tardes pasan. En los trancos se esconde la luz pero el miedo grita.


Para subir a la azotea hay que cruzar puertas y sortear vigilancias, el bufido del gato, subir escaleras…


“(…) Sola.
Tobillos desnudos, aullar de perro,
La noche,  el fuego.”


¿Y por qué no escaparse a la azotea? Descalza sube las escaleras de mármol cada noche, sin ruidos. Un barreño en la cintura y en los muslos, enredado, un suspiro color canela. Allí fuera respira.  Apoyado el pecho en el pretil, balancea sus caderas y ve abajo pasar la gente. La casa de la que escapa se arropa a las faldas de un cerro,  horadado y prendido de pequeñas fogatas.

Se le pegan los brazos a aquellas sábanas sin escurrir que va tendiendo, mientras del cerro llegan gemidos y un rasgueo de guitarra. Alguien canta, palmeos y se prende otra fogata. Se le caen las manos y llora.

Una azotea pequeña y cuadrada, un tendedero, la luz que sube del patio, ruidos de una cocina y unos dedos, sin chasquidos, aferrados al borde de una tapia de algodón, azulada y húmeda, como ella. Y en las fogatas se ríen. Ella escapa a la luna, huye de la luz blanquecina del patio, de los zapatos, de su blusa, de su cama, escapa. Y en las fogatas ríen.

Azotea pequeña y cuadrada donde los tobillos mandan y la sacuden. Se seca los ojos, se araña la cara, los tobillos se parten y sus manos escapan, de la luna al cerro, de las caderas al pecho, y baila, y gime y se prende… y en la danza se yergue como una llama y graba su silencio en el suelo, lápida lechosa de una azotea muerta, pequeña y cuadrada.



“(…) me mezco, te mezco,
Te arrullo y me espero.
Margaritas, el mar, azules,
Un mástil, el puerto, gaviotas y espero.
Sus risas, sus juegos, la luz.
La lluvia, la higuera, la luna y me mezco,
Me arrullo, me duermo y te espero (…)


La niña juega descalza y desde el vaivén de madera, sonrío viéndola ahí, llenando de risas las escaleras del porche.

Chasqueo mis dedos y recupero rizos y fandangos. Me estallan los besos en la boca y río. Él dibuja y yo adormezco. No hay tapias que arañen, ni gallineros, ni gatos, ni telones de algodón. No hay sábanas que empapen ni tobillos que se quiebren. Me duermo y te espero.






 

ADIÓS - Noviembre (2012)





CORTOMETRAJES, PRESOS Y CÁRCELES, INVIERNO DE CINE

La muerte y los ambientes carcelarios centran dos de las cintas que se estrenan los próximos meses; The Paperboy (Lee Daniels, 2012) y César debe morir (Hermanos Taviani, 2012). En ambas, los presos y su cercana convivencia diaria con la muerte, tanto los que ven pasar los días en el corredor de la muerte como los que cumplen condenas máximas o menores por delitos de sangre o tráfico de drogas. La Muerte como castigo o como liberación.


El amor en el corredor de la muerte
Escribir cartas a los presos para hacerles más llevadera su privación de libertad y en muchos casos, su próxima ejecución, es una costumbre extendida ya por todo el mundo a través de organizaciones no gubernamentales y sus campañas de apoyo a presos de conciencia y políticos. Sin embargo, antes de que estas organizaciones comenzaran a emplear la correspondencia como medida de protesta, décadas atrás, la correspondencia con presos ya era una costumbre más que arraigada en los Estados Unidos.

Lee Daniels (Monster’s Ball, 2001. Precious, 2009) ha dirigido The Paperboy, basada en la novela homónima de Pete Dexter. La historia de un periodista homosexual (Mattehw McCounanghey) regresa a su lugar de origen, una pequeña localidad del sur de EEUU, junto a un colega, (David Oyelowo) para investigar la posible inocencia de un preso que se encuentra en el corredor de la muerte (John Cusack), para ellos contará con la ayuda de su joven hermano (Zen Efron). En medio de todos ellos, una atractiva joven, enamorada del condenado a raíz de haber mantenido correspondencia con él, será la que solicite ayuda al periodista para salvar a su prometido.

Si bien la cinta de Daniels que, en un principio, iba a ser dirigida por Pedro Almodóvar, fue seleccionada para el festival de Cannes, las críticas negativas se cebaron tanto con el director como con el resto del equipo. Tan solo Nicole Kidman, que interpreta un papel de reparto, se salvó de la quema.

A pesar de que el argumento surge de cómo se enamoran un preso próximo a su ejecución y una joven que se dedica a cartearse con presidiarios para hacer más liviano el peso de su futura ejecución, la mayoría de las críticas critican el hecho de que al adaptar la novela, los guionistas, Daniels y el mismo Dexter, hayan relegado la historia de amor surgida entre el preso y la joven sureña con la que se cartea desde el corredor de la muerte, a las escenas de sexo  y las relaciones morbosas que se dan entre sus protagonistas.

Lo que sí muestran tanto la novela como la película es la importancia que dichas cartas, sobre todo cuando en ellas se instala el amor, tienen para el presidiario.  Para éste, la llegada de esas letras, única conexión con el mundo exterior, alivia su muerte en vida más que el contenido mismo de ellas.


Matar a César para vivir otra vida
Los octogenarios Paolo y Vittorio Taviani, de 81 y 83 años respectivamente, ganaban el Oso de Oro en la pasada 62ª edición del Festival de Cine de Berlín con su César debe morir, película con la que también han obtenido cinco premios David di Donatello 2012; mejor película, mejor dirección, mejor producción, mejor montaje y mejor sonido.

César debe morir es un ejemplo del teatro dentro del cine. Los hermanos Taviani ponen en escena la historia del montaje teatral de la obra de Shakespeare,  Julio César, que llevan a cabo un grupo de presos en una cárcel romana de alta seguridad, Rebibbia. La cinta,  que se acerca más a lo que se ha dado en llamar docu- ficción, está interpretada por los propios presos y por un exconvicto, Salvatore Striano que da vida a Bruto. Striano, que lleva a sus espaldas cinco años de cárcel es el único con experiencia cinematográfica, ha participado en Gomorra (Matteo Garrone, 2008), Napoli, Napoli, Napoli (Abel Ferrara, 2009), Fortapàsc (Marco Risi, 2009) y Gorbaciof – Il cassiere col vizio del gioco (Stefano Incerti, 2010).

La galardonada fotografía de Simone Zampagni emplea el recurso del cambio del color al blanco y negro para recrear en éste último la realidad de la vida en la prisión. Una prisión en la que todos, sentenciados a muerte y presos comunes, se muestran como hombres grises escondidos en sus soledades, vacíos o miedos. En un blanco y negro que simboliza la frialdad de las paredes que, a modo de lápida, separan al hombre de la luz, de la vida. Mientras los instantes vividos en la supuesta irrealidad del teatro son los que se nos muestran en color. Así, la repetitiva muerte de César a manos de Bruto es el momento que da sentido a la vida de dichos presos. En la muerte del emperador, acontecida tantas veces como ensayada, ese grupo de presos encuentran la salida a su rubricado destino.


VISUALÍZAME II, AUDIOVISUAL & MUJER,  MIRADAS DE MUJER A LA MUERTE
Suicidios forzados o voluntarios, ritos funerarios y  duelos son algunos de los argumentos presentados en formato cortometraje por jóvenes realizadoras españolas al festival nacional de cortometrajes VisualízaMe, Audiovisual & Mujer, que convoca la fundación Inquietarte.  La muerte es un argumento que, cada vez con más frecuencia, forma parte de las historias que las realizadoras españolas para emplean para contar algunos aspectos de las relaciones entre los seres humanos. En esta segunda edición del festival, los cortometrajes Unfarewell de Ainhoa Menéndez, 5º b Esc. Dcha. de María Adánez, Banuatu o la felicidad de Rafa Piqueras, con Guion de Rebeca Valls, Ay pena de Elisa Cepedal, Listo para hablar de Ángeles Reiné, De “El Retiro” a “Sol” de Suniti María Jurado y Conversa cunha muller morta de Sonia Méndez han sido los que presentan argumentos relacionados con la muerte.

Unfarewell de Ainhoa Menéndez nos presenta una extraña comunidad religiosa en la que los mayores, llegados a una edad determinada, el día de su cumpleaños deben acaban con su vida suicidándose, uno de los “abuelos”  se plantea acabar con esa costumbre para no perderse la relación de amistad que le une con su nieto. El debut como realizadora de la actriz María Adánez, 5º b Esc. Dcha., es un cortometraje con tintes autobiográficos en el que tres hermanas, acompañadas por su madre, deben cumplir la última voluntad de su difunto padre esparciendo sus cenizas. En Banuatu o la felicidad de Rafa Piqueras, con Guion de Rebeca Valls cuatro amigas de juventud, en plena madurez se plantean el suicidio colectivo por una promesa que realizaron en el último viaje que disfrutaron juntas. Elisa Cepedal en Ay pena permite a la protagonista encontrar su verdadero camino tras heredar un pequeño negocio familiar a la muerte de su madre. Listo para hablar de Ángeles Reiné muestra el duelo y los tratamientos psicológicos a los que deben someterse los familiares de víctimas de atentados. De “El Retiro” a “Sol” de Suniti María Jurado es una visión optimista de la muerte planteada como mero trámite y Conversa cunha muller morta de Sonia Méndez, una propuesta diferente y arriesgada de tratar la violencia machista apoyada en la tradición cultural gallega, en la que relación con los muertos está siempre presente. 
Estas distintas miradas e interpretaciones sobre la muerte se podrán ver en distintos puntos de la geografía nacional e internacional gracias al carácter itinerante del festival.

domingo, 28 de octubre de 2012

CUENTOS

Luces y sombras (I) -

Fotografía: Yolanda Cruz (C)


o de cómo de transeúnte se llega a ser de tránsito

Ninguna de las dos sabía dónde esconderse cuando la sombra regresaba.  Si dentro de aquellas cuatro paredes no tenían voz, fuera ni se las veía. Se habituaron al silencio, a retirarse a su paso, a mirar hacia abajo y, en la mesa, a no servirse hasta que él no acabara de comer.


No cabía lugar para la protesta, la contrariedad no podía asomar a sus caras, niñas de sonrisa triste. Dibujaron mundos de colores en los corredores y habitaciones vacías de aquella casa, fría y hueca. De puntillas, escondiendo las ganas de correr, sorteaban los bruscos cambios de su mirada, de su voz y de sus manos.

Ellas jugaban a pensar que aquella casa llena de patios estaba encantada. Las mujeres, los gatos, los libros, los cajones, las muñecas, los pinceles, la guitarra, un decorado en blanco y negro, a media luz, y sus pasos de fiera enjaulada sellando el límite entre lo que estaba o no permitido. 

Las mujeres, entre ellas, se sabían sin hablar y enseñaron a las niñas a no molestar. Pero, en la cocina, curaban las heridas del miedo con ungüentos de aceite, clavo, azúcar y canela. Las niñas aprendieron a esconderse bajo las sábanas cuando la sombra dormía y allí, en aquel hueco robado al miedo, las dos cuchicheaban. Por turnos inventaban historias, por turnos se las contaban, por turnos soñaban, abrazadas, sintiendo la humedad de aquellas paredes donde el papel pintado enmohecía.

Enmudecidas, al igual que las mujeres de negro las niñas aprendieron a soportar y a hacer suyos los gestos de entrega. Y a falta de más luces, sus acuñados temores infantiles las llevaron a creer que las sombras de fuera aún serían peores. Después llegaron la aceptación y el agradecimiento a algún que otro raro gesto de atención, de ahí al sentimiento de culpa que se instaló en ellas no distó mucho tiempo. Así, crecieron convencidas de que si aquella sombra adusta y fría que les procuraba el sustento también las ocultaba y menospreciaba, la causa eran ellas. Si las mujeres de negro lo pensaban, ellas también. 

A golpe de gritos cada vez más fuertes, y a golpes de furia cada vez más bruscos, las niñas dejaron de serlo. Nunca hubo cuatro mujeres de negro en la casa, ambas se marcharon, una tras la otra con el luto por dentro pero asomado a sus ojos. Ya mujeres, dejaron la casa fría y hueca. Dejaron atrás muñecas, fotografías y delantales. Creían irse desnudas del miedo pero las niñas de sonrisa triste corrieron tras ellas, con sus menuditos y descalzos pies, huyendo de la sombra.

Una de esas niñas vive conmigo. Por más que intento peinarla no lo consigo y sus pies siempre están fríos pero hace mucho que no huye, ya solo corre cuando juega conmigo.