ADIÓS - Julio (2012)
DEL NATURALISMO DOCUMENTAL A LAS “ARTIMAÑAS” DEL
3D, VERANO DE CINE
Dos títulos de reciente estreno, Sueño y silencio (Jaime Rosales, 2012)
y Girimunho,
imaginando la vida (Helvecio Marín Jr. y Clarissa Campolina, 2011) y un
tercero que llegará a las carteleras en el mes de agosto, Harakiri, death of a samurai
(Takashi Miike, 2011) proponen una reflexión sobre la actitud vital y
espiritual ante la muerte, la posibilidad de hacer convivir la tradición con la
contemporaneidad y sobre la muerte como precio o penitencia para salvaguardar
el honor.
Vivir sin
memoria para evitar el dolor
El director de cine catalán, Jaime Rosales,
presentaba en la Quincena de Realizadores de Cannes, su última película, Sueño y silencio (2012). Una
controvertida cinta en la que la obligada improvisación de los actores amateurs
y la ausencia de diálogos en el guion con el que trabajaban contrastan con la
fuerza de las decisiones que han de adoptar los protagonistas, y las pesadas
argumentaciones en las que se sustenta el filme. Precisamente tales contrastes
han sido los algunos de los motivos que han llevado a la crítica a manifestarse
dividida a la hora de valorar este último trabajo del catalán.
La película se nos presenta como un bocado de
realidad ficcionada de modo naturalista, cerca de dos horas de metraje, rodado
plano a plano en una única toma, en blanco y negro y con grano duro, según
explica el propio Rosales, para dar una imagen de “consistencia, una sensación
física matérica” a las imágenes. Esta escultura en blanco y negro está envuelta
en dos secuencias, las únicas en color y, verdaderamente, realistas. Dos
secuencia en las que asistimos, asomados a un plano cenital, a sendos momentos
creativos del pintor Miguel Barceló, comprometido con el proyecto de Rosales
desde el principio. Las creaciones de sus dos obras, El sacrificio de Isaac y El
Gólgota, respectivamente. Pasajes bíblicos que, junto a la dicotomía Temor y temblor planteada por
Kierkegaard, firmando con el pseudónimo de Johannes de Solentio, conforman la
base documental en la que Rosales se apoya para narrar su historia.
Llevando el uso del naturalismo cinematográfico al
extremo, Jaime Rosales, trabaja con una profesora, Yolanda Garlocha y un
arquitecto, Oriól Roselló, que darán vida a eso, a una profesora y a un
arquitecto que residen en Francia junto a sus dos hijas. Durante unas
vacaciones de verano en España, sufren un accidente automovilístico en el que
la mayor de las hijas fallecerá y del que el padre, Oriól, sobrevivirá a costa
o gracias a una amnesia, inconscientemente voluntaria, que le impide recordar a
la hija fallecida. La hija muerta nunca habrá existido para él, así evitará
sufrir el dolor de su muerte.
Los actores, amateurs, no contaron con diálogos a
la hora de interpretar. Fueron puestos en la situación emocional apropiada y se
prestaron a que el director se lanzara a rodar la historia con una sola toma
para cada plano.
Rosales coloca a cada uno de los protagonista
defendiendo un frente; Oriol y el sacrificio del Gólgota, el sacrificio del hijo,
el “Caballero de la fe” de Kierkegaard que permite al filósofo cuestionar si
dios puede alterar el orden establecido, la muerte del padre antes que el hijo.
De otro, Yolanda, el sacrificio de Isaac, “El caballero de la resignación” que
acepta la orden de sacrificar al hijo con el convencimiento de que Dios se lo
devolverá. Como indica el director, “solo a través de la muerte la
trascendencia es posible”.
Sin banda sonora, con sonido directo y sin
iluminación, Rosales presenta desnuda la película Rosales ante el público,
obligándolo a atrabajar, a esculpir con él la historia, a base de Fueras de
Campo y Elipsis. Para unos, apuesta arriesgada, para otros, trabajo manierista
del director de Las horas del día
(2003), que le valió el FIPRESCI de la Crítica en el Festival Internacional de
Cannes y La soledad (2007) por la que
obtuvo un Goya a la Mejor Dirección y Tiro
en la cabeza (2008).
Al Hades
tras el honor
El Bushidó o “El camino del guerrero” es el código
ético, basado en la lealtad y el honor,
por el que se regían los antiguos guerreros samuráis. Llegando a
recurrir al suicidio ritual, Harakiri, por esta causa, para no caer en manos
del enemigo o por orden del amo feudal al que sirvieran. Después de llegar a ser una pena de muerte
que el emperador podía imponer libremente, el harakiri llegó a ser practicado
no solo por guerreros samuráis. En 1868 fue prohibido pero no por ellos el
Harakiri ha dejado de practicarse.
En 1962, Masaki Kubayashi dirigió la película Hara – Kiri Seppuku. La cinta,
considerada hoy una obra maestra, obtuvo el Premio Del Jurado en el Festival
Internacional de Cannes en 1963. Cincuenta años después, el polémico cineasta
japonés Takashi Miiki, estrenaba en la Quincena de los realizadores del mismo
Festival Internacional, su remake, Hara
Kiri, The death of a Samurai (2011), que no consiguió convencer a la
crítica ni a sus seguidores. Los críticos lamentaron que la única cinta en 3D a
concurso en la pasada edición no aportara nada nuevo a la versión de Kubayashi,
sus seguidores, el que las maneras exageradas y crudas del más extremo gore que
el director nipón suele practicar no estuvieran presentes en un título que, a
priori, pudiera haberle permitido continuar con
su firma violenta y cruda.
Hara Kiri,
The death of a Samurai nos presenta el conflicto personal de los samuráis a
la hora de acatar su código, humaniza y desmitifica la figura de estos
guerreros y compara la fe en el código y en sus consecuencias que muestran unos
samuras con la picaresca y el latrocinio al que una crisis personal o económica
puede lleva a otros. Un cuidado flashback, narrado con una secuencia temporal
estudiada y correcta, mantiene la tensión del espectador y engrosa la trama, a
la vez que refuerza la idea de atemporalidad de ciertos ritos o tradiciones de una
cultura tan compleja y rica como es la
japonesa.
El prolífico Miike, que cuenta en su haber con más
de un centenar de producciones entre teatro, televisión y cine no empezó a ser
reconocido en occidente hasta 1999 año en el que estrenó Audition (Odishon) y Dead on
Alive, películas de Yakuzas, el crimen organizado japonés, aunque su
verdadero éxito llegaría con Thirteen
Assasins (2012) por la que obtuvo el Premio del Público y de Mejor Diseño
de Produccion en Sitges.
Rehacer la
vida
La tercera sugerencia para este verano, Girimunho (molinillo), imaginando la vida
(2011) del tándem formado por Helvecio Marins Jr. Y Clarissa Campolina. La
historia de Bastu, una viuda octogenaria que vive en una pequeña aldea
brasileña y que, a raíz de la muerte del marido, busca su reafirmación como
mujer, da rienda suelta a una rebeldía, durante años silenciada, y emprende un
viaje a través de la memoria y de distintos paisajes geográficos, relevantes en
su vida, para prepararse a ser quien desea ser y esperar a sí su muerte. Un
viaje iniciático emprendido a una edad en la que quienes nos rodean ya no
esperan nada de nosotros. Los directores diseñan una puesta de escena de luces
y sombras donde bailan de la mano la realidad y la ficción, la vida y la
muerte, la tradición más ancestral y la modernidad, en una ficción con tintes
de documental en interpretada por actores amateurs.
Marins Jr. Y Campolina trabajan juntos desde 2002,
año en el que fundaron la productora TEIA. Después de una década dedicados al
género documental desembarcan en la ficción con una película emotiva y mágica que gana el favor de la crítica y
del público allí por donde va. Ya ha recibido tanto en el festival
internacional de La Habana como en el Los tres continentes de Nantes y Mar de
Plata el Premio Especial del Jurado, además de una Distinción especial en el
Festival de Venecia.
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