Luces y sombras (I) -
o de cómo de transeúnte se llega a
ser de tránsito
Ninguna de las dos sabía dónde
esconderse cuando la sombra regresaba.
Si dentro de aquellas cuatro paredes no tenían voz, fuera ni se las
veía. Se habituaron al silencio, a retirarse a su paso, a mirar hacia abajo y,
en la mesa, a no servirse hasta que él no acabara de comer.
Ellas jugaban a pensar que
aquella casa llena de patios estaba encantada. Las mujeres, los gatos, los
libros, los cajones, las muñecas, los pinceles, la guitarra, un decorado en
blanco y negro, a media luz, y sus pasos de fiera enjaulada sellando el límite
entre lo que estaba o no permitido.
Las mujeres, entre ellas, se sabían
sin hablar y enseñaron a las niñas a no molestar. Pero, en la cocina, curaban
las heridas del miedo con ungüentos de aceite, clavo, azúcar y canela. Las
niñas aprendieron a esconderse bajo las sábanas cuando la sombra dormía y allí,
en aquel hueco robado al miedo, las dos cuchicheaban. Por turnos inventaban
historias, por turnos se las contaban, por turnos soñaban, abrazadas, sintiendo
la humedad de aquellas paredes donde el papel pintado enmohecía.
Enmudecidas, al igual que las
mujeres de negro las niñas aprendieron a soportar y a hacer suyos los gestos de
entrega. Y a falta de más luces, sus acuñados temores infantiles las llevaron a
creer que las sombras de fuera aún serían peores. Después llegaron la
aceptación y el agradecimiento a algún que otro raro gesto de atención, de ahí
al sentimiento de culpa que se instaló en ellas no distó mucho tiempo. Así,
crecieron convencidas de que si aquella sombra adusta y fría que les procuraba
el sustento también las ocultaba y menospreciaba, la causa eran ellas. Si las
mujeres de negro lo pensaban, ellas también.
A golpe de gritos cada vez más
fuertes, y a golpes de furia cada vez más bruscos, las niñas dejaron de serlo. Nunca
hubo cuatro mujeres de negro en la casa, ambas se marcharon, una tras la otra
con el luto por dentro pero asomado a sus ojos. Ya mujeres, dejaron la casa
fría y hueca. Dejaron atrás muñecas, fotografías y delantales. Creían irse
desnudas del miedo pero las niñas de sonrisa triste corrieron tras ellas, con
sus menuditos y descalzos pies, huyendo de la sombra.
Una de esas niñas vive conmigo.
Por más que intento peinarla no lo consigo y sus pies siempre están fríos pero
hace mucho que no huye, ya solo corre cuando juega conmigo.